El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero
pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
- «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
- «ld a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
- «Tomad, esto es mi cuerpo.»
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo:
- «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Hoy, en esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, el Señor se acerca a su pueblo. Normalmente, mediante la Eucaristía y los diferentes sacramentos, somos nosotros quienes nos acercamos al Señor. Hoy, es Él quien sale del Sagrario y sale a las calles de nuestra ciudad, para acercarse a aquellos que no se atreven a ir hasta Él. ¡Qué misterio de Dios más maravilloso!
En la lectura de hoy, volvemos a recordar, como lo hacíamos haces poco más de dos meses, la institución de la Eucaristía. El Jueves Santo lo celebrábamos, junto con el lavatorio de los pies. Hoy, lo rememoramos, como el acto de amor más grande que el Señor tuvo con nosotros: se entregó en Cuerpo y Sangre a nosotros. Ya decía Él que "Nadie tiene amor más grande, que el que da la vida por sus amigos". Y que amor nos tendría, para entregarse humildemente como lo hizo, siempre atento a la voluntad de su Padre.
Por eso hoy, en todos los lugares de nuestro mundo se habrá escuchado el Himno Eucarístico, expresión en forma de canto del Corpus Christi, y que, extrapolado a nuestro mundo cofrade, suena así...
Y en nuestra querida ciudad de Sevilla, madre y maestra de las Cofradías, y donde muchas veces deberíamos reflejarnos, celebró su tradicional y multitudinario Corpus Christi, como es tradición, el pasado jueves.
En este Corpus, diferentes Hermandades montan altares en diferentes puntos del centro de la ciudad, por donde transita la procesión. Uno de estos altares es montado por el Palacio Arzobispal. El mismo, es presidido por el Señor de la Sagrada Cena, de la Hermandad de la Cena del Domingo de Ramos, que traslada a su titular en el paso del Señor de la Humildad y Paciencia, de la misma Hermandad. Este traslado tiene lugar a las 6.30 de la mañana, con el amanecer, y con el único acompañamiento musical de la Escolanía de María Auxiliadora de Sevilla. Tras presidir el altar del Arzobispado, y tras entrar de nuevo en la Catedral el cortejo del Corpus, el Señor de la Cena regresa triunfalmente a su templo, con el acompañamiento musical de la Banda de Cornetas y Tambores "Nuestra Señora de la Victoria" de la Cigarreras, banda que lo acompaña también el Domingo de Ramos. Además del acompañamiento musical, numerososo hermanos de esta Corporación acompañan al Señor, que rodeado de cientos de personas, regresa a su templo por las calles más emblemáticas del centro de Sevilla. Su entrada en su sede, la Iglesia de los Terceros, resulta una verdadera explosión de luz, color y música, que se acompaña con un clasicismo y un buen gusto envidiables. Les dejamos con la entrada del Señor de la Cena (portentosa talla de Sebastián Santos), en su templo, tras presidir el altar del Corpus.
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